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Woody Allen y Mira Sorvino. |
Poderosa Afrodita puede considerarse, entre otras cosas, un ensayo alleniano en el terreno de los musicales cinematográficos. Con la particularidad de la inserción de un coro griego que nos va contando la historia e intercalando un par de canciones a modo descriptivo. Es claro que la música es uno de los elementos más importantes que tiene el cine de Allen, además del humorismo que lo caracteriza, pero es aquí donde por primera vez se utiliza la música como mecanismo narrativo.
En este film los Weinrib son un matrimonio que si bien no tienen carencias, no viven sin preocupaciones. Amanda (Helena Bonham Carter) es una galerista de arte bastante esnob, embebida en su trabajo y que desea tener un niño por capricho, desdeñando todo el proceso del embarazo, por estar demasiado ocupada en sus tareas. Lenny (Woody Allen), por su parte, es un cronista deportivo bastante más mundano, que no soporta aparecer en los compromisos a los que su mujer debe atender. La adopción de Max los vuelve a unir en cierta medida, pero la inusual inteligencia del niño hace que Lenny se plantee buscar a su madre, quien probablemente sea muy inteligente también. Aunque, para su sorpresa, descubre que la madre es una actriz porno más bien corta de luces. Después de una serie de sucesos y reflexiones, Lenny decide que lo menos que puede hacer es intentar que salga de ese ámbito y comience una vida normal, lo que no será precisamente una tarea fácil.
Allen coloca un coro griego (como los que aparecían en las antiguas tragedias griegas) que nos guía por la historia intercalándola con reinterpretaciones de los principales mitos helénicos, más a modo de homenaje que con ánimo de parodiar, actualizando por supuesto el lenguaje narrativo y, como mencionaba al principio, insertando un par de números musicales. El coro interactúa en ocasiones con los personajes de la historia que cuenta, pero siempre manteniendo las distancias sobre ésta, lo que cómicamente resulta muy eficaz. Rescato la escena de Tiresias, profeta ciego de Tebas, protagonizado por un inmenso Jack Warden, o la aparición del “dios de dioses” que ha cambiado bastante su manera de proceder.
Si hay algún punto flaco en la película, es la inverosimilitud del matrimonio de Lenny y Amanda. No se explica cómo esa esnob, obsesionada con su trabajo y con estar en los círculos más altos, puede siquiera pensar en casarse con un sesentón neurótico mucho más mundano y a quien la “beautiful people” le produce urticaria. Su encuentro, incluso, resulta improbable.
La compensación viene con la Afrodita del título, llamada Linda Ash (Mira Sorvino). Desde su primera aparición en una casa kitsch, empeñada en hacerle una “favor” al buen Allen, hasta el final de la película, donde ha alcanzado cierta posición, pasando por una serie de etapas donde su carácter se desarrolla casi metafísicamente. La inusual belleza de esta actriz, contrastada brutalmente con la voz nasal que adopta para el personaje y lo soez de su vocabulario, conforman un personaje particularmente tierno, algo así como un peluche a tamaño natural que uno se llevaría a casa con sumo gusto.
Si bien no es cierto, como cantan muchos, que Allen produjo una obra maestra cada año, sí es verdad que cada película suya es en sí un experimento dentro de una cierta ortodoxia, y que muchas de ellas, como la que se reseña, son especialmente divertidas y, sin acercarse siquiera a la perfección, sí que se antojan verlas más de una vez.
En este film los Weinrib son un matrimonio que si bien no tienen carencias, no viven sin preocupaciones. Amanda (Helena Bonham Carter) es una galerista de arte bastante esnob, embebida en su trabajo y que desea tener un niño por capricho, desdeñando todo el proceso del embarazo, por estar demasiado ocupada en sus tareas. Lenny (Woody Allen), por su parte, es un cronista deportivo bastante más mundano, que no soporta aparecer en los compromisos a los que su mujer debe atender. La adopción de Max los vuelve a unir en cierta medida, pero la inusual inteligencia del niño hace que Lenny se plantee buscar a su madre, quien probablemente sea muy inteligente también. Aunque, para su sorpresa, descubre que la madre es una actriz porno más bien corta de luces. Después de una serie de sucesos y reflexiones, Lenny decide que lo menos que puede hacer es intentar que salga de ese ámbito y comience una vida normal, lo que no será precisamente una tarea fácil.
Allen coloca un coro griego (como los que aparecían en las antiguas tragedias griegas) que nos guía por la historia intercalándola con reinterpretaciones de los principales mitos helénicos, más a modo de homenaje que con ánimo de parodiar, actualizando por supuesto el lenguaje narrativo y, como mencionaba al principio, insertando un par de números musicales. El coro interactúa en ocasiones con los personajes de la historia que cuenta, pero siempre manteniendo las distancias sobre ésta, lo que cómicamente resulta muy eficaz. Rescato la escena de Tiresias, profeta ciego de Tebas, protagonizado por un inmenso Jack Warden, o la aparición del “dios de dioses” que ha cambiado bastante su manera de proceder.
Si hay algún punto flaco en la película, es la inverosimilitud del matrimonio de Lenny y Amanda. No se explica cómo esa esnob, obsesionada con su trabajo y con estar en los círculos más altos, puede siquiera pensar en casarse con un sesentón neurótico mucho más mundano y a quien la “beautiful people” le produce urticaria. Su encuentro, incluso, resulta improbable.
La compensación viene con la Afrodita del título, llamada Linda Ash (Mira Sorvino). Desde su primera aparición en una casa kitsch, empeñada en hacerle una “favor” al buen Allen, hasta el final de la película, donde ha alcanzado cierta posición, pasando por una serie de etapas donde su carácter se desarrolla casi metafísicamente. La inusual belleza de esta actriz, contrastada brutalmente con la voz nasal que adopta para el personaje y lo soez de su vocabulario, conforman un personaje particularmente tierno, algo así como un peluche a tamaño natural que uno se llevaría a casa con sumo gusto.
Si bien no es cierto, como cantan muchos, que Allen produjo una obra maestra cada año, sí es verdad que cada película suya es en sí un experimento dentro de una cierta ortodoxia, y que muchas de ellas, como la que se reseña, son especialmente divertidas y, sin acercarse siquiera a la perfección, sí que se antojan verlas más de una vez.